Grabado de William Hogarthen. |
Joaquín Jaquotot
1726-1813
Apoplejía, sofocación, síncope, espasmo. Los síntomas de la
enfermedad fueron siempre una preocupación en la carrera médica de Joaquín
Jaquotot. Por entonces, a mediados del XVIII, aún resultaba muy complicado
distinguir la muerte del coma profundo. La cantidad de enterrados vivos le
llevó a colaborar en un manual que permitiera identificar y resucitar a «los
muertos aparentes».
Nació en Palma en septiembre de 1726 con la profesión ya
grabada en el ADN. Su padre, Nicolás Jaquotot, había sido médico de Luis XV.
Joaquín, el penúltimo de sus seis hijos, pudo presumir de tener también una
carrera brillante. Desde 1773 ocupó diversos cargos públicos en el Ayuntamiento
de Palma: fue diputado, síndico personero –una suerte de defensor del pueblo– y
comisionado médico para los enfermos de Alcúdia.
En 1778 su trayectoria cobró un nuevo impulso. Jaquotot no
sólo se convirtió en profesor de la Facultad de Medicina de Palma, sino también
en uno de los fundadores de la Sociedad Económica Mallorquina de Amigos del
País (RSEMAP), constituida aquel mismo año. Entre sus objetivos estaba la
difusión de las ciencias de acuerdo con el espíritu ilustrado.
Eran tiempos complicados para la medicina. No se
diferenciaba la muerte verdadera del coma profundo o el letargo provocado por
causas como la catalepsia o el desmayo. «Si, como en varios países, España
entre ellos, se practicaba la inhumación en un plazo breve, existía el peligro
de ser enterrado vivo. Y efectivamente ocurría con bastante frecuencia»,
explica Paula de Demerson en Muertos aparentes y socorros administrados a los
ahogados y asfixiados en las postrimerías del siglo XVIII.
La situación preocupaba a la RSEMAP. «Las repetidas
desgracias de anegados y sofocados» dados por muertos al no haber un
facultativo que los socorriese llevó a crear una especie de manual de primeros
auxilios. En 1779 Joaquín Jaquotot –junto a Rafael Evinent y José Llabrés– fue
el encargado de escribir la Breve instrucción de el modo y medios de socorrer a
los muertos aparentes que se llaman asphíticos.
El tratado –de 29 páginas– no se dirigía a los médicos,
sino al público general. Una obra de divulgación dedicada a explicar cómo
reanimar a quienes habían perdido el conocimiento por siete causas diferentes:
ahogamiento, ahorcamiento, el alcance de un rayo, «exhalaciones pútridas», el
frío, el vapor del vino fermentado o los recién nacidos.
Las friegas, las compresas mojadas y las sangrías eran los
remedios más frecuentes. En el caso de los ahorcados, tras cortar la cuerda, el
manual indicaba que se tenía que envolver el cuello «con lana empapada de
aceite común caliente» con el que también se debía frotar. Las compresas debían
bañarse en aguardiente alcanforado, agua fresca con sal o vinagre.
El vinagre estaba, también, entre las curas para los
asfixiados por vapor de carbón y exhalaciones pútridas. Tras frotar las
extremidades y el pecho del afectado con paños «ásperos» y practicarle la
sangría, se tenía que hacer oler o tragar este brebaje. «Es contrario a todos
los vapores narcóticos hasta al opio mismo», explican los autores.
A picotazos de gallina
El manual era contrario a aplicar calor a los muertos
aparentes por exceso de frío. Al contrario, indicaba que se debía frotar el
cuerpo del afectado con agua fría y nieve. Esto permitía extraer «los espículos
glaciales sin lesión, ni destrucción de la textura de las partes heladas». El
caso opuesto era el de los recién nacidos ahogados «por debilidad del feto», a
quienes se recomendaba lavar en vino caliente. Pero también irritarles la
planta de los pies e, incluso, colocar una gallina para que les picoteara la
espalda «procurando detenerla para que no se escape».
El remedio más complicado era el que se señalaba para los
ahogados. El «tubo insuflatorio» se utilizaba para soplar aire a los pulmones
de la víctima. Un aparato adquirido en Barcelona que completaba la «máquina
fumigatoria» pensada para introducir humo en los intestinos y calentarlos
gracias a una cánula que se introducía en el ano y a un hornillo que se llenaba
de tabaco. Aquel manual fue la primera obra publicada por la RSEMAP y la única
que dedicó a la medicina. Su éxito supuso el reconocimiento de Jaquotot, que
participó en la creación de la Academia Médico-Práctica de Palma, de la que
sería examinador ya a final de siglo.
Sin embargo la muerte de su esposa y varios de sus hijos en
1786 le llevaron a buscar refugio en la religión. Se ordenó sacerdote y llegó a
ser confesor de las monjas capuchinas. Fue beneficiado de la parroquia de Santa
Eulalia, pero una dispensa papal le permitió seguir ejerciendo la medicina.
Baleópolis nº218 03-10-2013
Fuentes
JAQUOTOT, Joaquín. Breve instrucción de el modo y medios de socorrer a los muertos aparentes que se llaman asphíticos
PORCEL, Baltasar. Para socorrer a los muertos que no son.
DE DEMERSON, Paula. Muertes aparentes y socorros administrados a los ahogados y asfixiados en las postrimerías del siglo XVIII.
http://asclepio.revistas.csic.es/index.php/asclepio/article/view/159/156
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