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sábado, 19 de enero de 2013

Pere Rosell, el último gran cartógrafo


Pere Rosell

Pere Rosell salió por la puerta grande de la escuela cartográfica mallorquina. Sólo él consiguió que nueve de sus cartas le sobrevivieran y le dibujaran, ya en la posterioridad, como el autor más prolífico de aquella tradición. Sus best sellers cerraron, también, la nómina de los grandes cartógrafos de la Isla a finales del siglo XV.

Su nombre, latinizado como Roselli, hizo creer a muchos que era italiano. Pero Pere Rosell llevaba sangre mallorquina en las venas. Según autores como Winter, era un judío converso nacido en la Isla y cuya actividad le localizó en Palma –donde vivía en la zona de la Drassana– entre 1462 y 1474.

A finales del siglo XIII había surgido en Europa una nueva cartografía con un claro objetivo utilitario. Los portulanos, como pasaron a llamarse, eran un elemento fundamental para la navegación, y su auge llegaba vinculado al uso generalizado de la brújula. Desarrollados en el área genovesa, alcanzaron pronto a Venecia y Mallorca.

«Después aparecieron dos tipos. Uno puramente náutico, con información costera y pensado para la navegación, y otro náutico-geográfico con datos del interior y destinados a la biblioteca. Entre éstos últimos hubo también algunos, muy decorados, que servían como regalos», detalla el matemático y experto en Historia de la ciencia, Ernesto García Camarero. Dos vertientes que cultivó la escuela mallorquina, caracterizada por la abundancia de elementos geográficos e históricos.

Eduard Fontseré y el sismógrafo balear


Eduard Fontseré
1870-1970


La Granja Experimental de Barcelona supuso el inicio de los estudios meteorológicos de Eduard Fontseré. Una faceta que le llevaría a ser subdirector de la red de mediciones de Cataluña y Baleares. Dos regiones a las que luego extendería también sus trabajos sobre sismología. En 1918 la recopilación de datos históricos motivó la elaboración del primer catálogo de terremotos y olas sísmicas del archipiélago.

El boletín de la Sociedad Astronómica de Francia publicó su primer estudio aún antes de que Fontseré obtuviera la licenciatura en Ciencias Físicas y Matemáticas en 1891. Un hecho que avanzaba ya su prometedora carrera. Tras doctorarse en la Universidad de Madrid, regresó a Cataluña dispuesto a renovar los métodos de investigación científica.

Autor del proyecto para la creación de un observatorio astronómico, meteorológico y sísmico en el Tibidabo, sería hacia final de siglo cuando se incorporara a la Granja Experimental de Barcelona como responsable de la estación de meteorología. Creada en 1863, estudiaba la influencia del clima sobre los cultivos.

Aquella organización llevó al catalán a iniciarse en la investigación climatológica para incorporarse, tiempo después, a la Red Meteorológica de Cataluña y Baleares como subdirector. Su colaboración en la fundación de la Sociedad Geográfica de Barcelona terminaría por perfilar luego su interés por la sismología.

Catalina Llabrés, la boticaria de la Casa Real


Catalina Llabrés Piris
1901-1983

Catalina Llabrés fue siempre menos conocida que su familia. Primero, eclipsada por su hermana María (ver entrada), la primera médico oficial de Baleares. Luego, muchos años después de su muerte, por un hijo que legó toda su herencia a los Príncipes de Asturias. Quizá su nombre quedó como un personaje secundario de la Historia, pero había sido pionera entre las mujeres farmacéuticas de Menorca.

Nació en marzo de 1901 en Ciutadella, la hija mayor del empresario zapatero Francisco Llabrés. Allí, en la ciudad menorquina, estudiaría la primera y la segunda enseñanza, para terminar en 1919. Su impulso fue, como recuerda su sobrina María del Carmen Arregui, dedicarse a la docencia. Para ello se trasladó a Mallorca hasta completar sus estudios en Magisterio.

La intención de Catalina era regresar a su isla para ejercer como profesora. Pero entonces, la fábrica de calzado familiar se había vendido con el objetivo de que los Llabrés se mudaran a Barcelona. Era el viaje que cumpliría el sueño universitario que su padre perseguía para su hermana: que estudiara Medicina. "Un traslado en el que no quiso que Catalina se quedara sola en Menorca, así que acabó con ellos en la Ciudad Condal", relata su sobrina.

William Morton Wheeler, el sociólogo de las hormigas


William Morton Wheeler
1865-1937

Recorrió medio mundo espiando cada territorio a ras de suelo. Las hormigas fueron, desde muy pronto, la pasión de William Morton Wheeler. Catalogó y describió especies, analizó su ecología y sus hábitats, pero su comportamiento fue uno de los aspectos que más le fascinó. Un curioso sociólogo de insectos que en 1925 trasladó sus investigaciones a Baleares.

Fue en la Universidad de Texas (Estados Unidos) donde Morton Wheeler inició sus estudios sobre hormigas. Allí debutaba como profesor de zoología. Nacido en Milwaukee en 1865, desarrolló dese muy joven un gran interés por los insectos. Se formó como embriólogo con BaurDohrn Whitman; y cuando –ya en el nuevo siglo– ingresó como responsable del área de invertebrados en el Museo Americano de Historia Natural, sus investigaciones tomaron una dimensión internacional.

Pasó años viajando por todo el mundo. Cuba, México, las Islas Galápagos o España. Su llegada a Baleares en 1925 coincidió con su aterrizaje en Europa y su estancia en la Universidad de París como profesor de intercambio. Primero visitó Marruecos, Canarias y el sur de nuestro país antes de dar el salto a las Islas invitado por Allison V. Armour. Por entonces, el conocimiento del americano sobre las hormigas baleares se limitaba a los trabajos previos de LomnickiTenenbaum Menozzi.

"Pasó 13 días en el archipiélago", recuerda el entomólogo de la Universitat Autònoma de Barcelona, Xavier Espadaler. Acompañado por su anfitrión y en el barco de éste, el Utowana, visitó Mallorca, Menorca e Ibiza. Su objetivo era recoger ejemplares de hormigas en varias localidades no visitadas por Tenenbaum ni Eidmann, los recolectores que le habían precedido.
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