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sábado, 27 de agosto de 2011

El hilo submarino de O'Donell

Más de mil kilómetros de cable telegráfico serpentean Baleares por tierra y mar. Son los restos de un proyecto casi faraónico que permitió a las Islas salir de su aislamiento a mitad del siglo XIX. Fue el gobierno del general O’Donnell el que decidió conectarlas con la Península gracias al telégrafo. Casi dos siglos después, los avances de la comunicación han condenado la madeja a una olvidadiza obsolescencia.

Fue el proyecto de los hermanos Brett de salvar el Canal de la Mancha y comunicar Gran Bretaña y Francia con el telegráfo el que desencadenó el fenómeno. Que el intento resultara poco duradero, como el de unir Europa con Estados Unidos, era lo de menos. La posibilidad de aislar los cables con una cubierta de alambres de acero –resistente al roce de las rocas y sumergible sin pesos adicionales– abrió la veda a las conexiones submarinas.

En España, una ley de abril de 1855 puso en marcha la primera red telegráfica. Tres años después, su implantación en la Península ya se había completado. Sin embargo, el paso de los ríos se había hecho siempre por encima de puentes. Un conflicto provocaría la instalación del primer cable submarino.



Era 1859 y, con la declaración de guerra a Marruecos, el gobierno español decidió conectar Algeciras y Ceuta con el telégrafo. El objetivo era facilitar las comunicaciones del ejército desplazado a la zona. Aquel proyecto hizo que el ejecutivo de O’Donnell se planteara también la unión de la Península con Baleares. Y, antes siquiera de instalar el tendido ceutí, ya se había encargado el cableado para el archipiélago.

Doce meses de fabricación, más de 1.200 kilómetros de cable submarino y casi 7 millones de reales de presupuesto –unos 10.000 euros– hicieron falta para poner en marcha la idea. Los intereses económicos y estratégicos pudieron más que las dificultades técnicas y que unas arcas estatales poco abultadas.

La goleta de la Marina de guerra, Buenaventura realizó –aquel mismo 1859– los primeros sondeos y señaló los posibles obstáculos en el trazado. Un año después, la contrata de la instalación se adjudicaba al inglés Horacio J. Perry, secretario de la Embajada de Estados Unidos y representante de la compañía con la que había fracasado el primer cable trasatlántico. La ejecución quedó en manos de la firma Henley.

Los trabajos comenzaron en agosto de 1860 en Ciutadella. El barco cablero Stella extendió el cable por el Canal de Menorca. Esta primera fase, que conectó Mallorca con Menorca y terminó en la bahía de Pollença, fue rápida. Después, se conectó con Ibiza desde Santa Ponça, y de ésta a San Antonio de Jávea para concluir en apenas un mes.

La segunda fase del proyecto comprendía la conexión de Menorca con Barcelona, y supuso un retraso en el proceso. En lugar de establecer en enlace desde Ciutadella –como se hizo con Mallorca– se quiso hacer desde Mahón. Este cambio añadió una escala al tendido y agotó el cable a la altura del cabo de Caballería.


Faltaban cinco millas para completar la conexión cuando y se decidió pedir a Inglaterra el cable necesario. El mal estado del mar supuso un nuevo retraso para los trabajos que concluyeron en enero de 1861 en Montjuic. Con el cableado submarino ya instalado, el trazado terrestre que cruzaba las Islas resultó casi más complicado que el sumergido. Unos 270 kilómetros de cable más que dificultaron la comunicación en Ibiza y que no encontraron postes de madera suficientes para ser extendidos en Mallorca.

Los fallos en la red telegráfica balear comenzaron pronto. Quizá tuvo algo que ver que, como señalan algunas fuentes, parte del cableado proviniera del fallido trazado trasatlántico. Tras varios meses de mal funcionamiento, la comunicación se interrumpió entre Mallorca y Menorca. La falta de recursos técnicos convirtió la recuperación del servicio en algo imposible. El aislamiento regresó poco a poco a las Islas. Con la revolución de 1868 y el destronamiento de Isabel II, se iniciaron de nuevo los trabajos para restablecer las líneas. Una renovación que llegó incluso a Ibiza donde también habían quedado fuera de servicio. La firma Haley fue de nuevo la adjudicataria, pero sólo diez años después, en 1881, la italiana Pirelli tomó el relevo ante los continuos fallos del tendido.

Los enlaces entre la Península y Baleares se mantuvieron activos, con reposiciones periódicas, hasta la década de 1950. El avance en las comunicaciones y la aparición del fax y el telégrafo dejaron al sistema obsoleto. El cableado quedó relegado al olvido, pero no a su retirada. Hoy, los restos de aquel tendido se convierten en piezas de coleccionista y carne de subasta en internet. El resto, más de 1.000 kilómetros de cable, sigue yaciendo entre mar y tierra como recuerdo.


Baleópolis nº106  19-04-2011

Fuentes

OLIVÉ, Sebastián. Los primeros cables submarinos
http://www.telegrafistas.com/serial77/historia/adobe/05-Cables-submarinos.pdf

SOLER SUMMERS, Guillermo. El cable telegráfico en el mar balear
http://www.ice.csic.es/files/outreach/newspaperArticle/almudaina_hadash_160111.pdf

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