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sábado, 30 de julio de 2011

Antoni Cabrer: el Clarín de la espeleología

Antoni Cabrer
1785-1846

Dos reveses menguaron la posteridad espeleólogica de Antoni Cabrer. En sus expediciones nocturnas a las cuevas de Artà descubrió los grafitos de incursiones realizadas dos siglos antes que le privaban de ser su descubridor.



En 1840 vendría el segundo mazazo: el libro que resumía sus aventuras cavernícolas se convertía, por sólo un año de diferencia, en la segunda monografía publicada sobre una cavidad balear. Su labor fue, sin embargo, pionera en extensión y rigurosidad.

Rector de la parroquia palmesana de Sant Nicolau. Es uno de los pocos datos que se conocen de la biografía de Antoni Cabrer. Nació en la capital mallorquina en 1785 y pronto se hizo famoso por sus ideas liberales que le situaron, incluso, en el punto de mira. «Bastaba que este sujeto fuese hombre de luces y buenos conocimientos en la literatura y ciencias para ser cruelmente perseguido por los absolutistas», escribió Llabrés Quintana (ver entrada) sobre él.



Su expediente criminal en el Archivo Diocesano recoge su primera causa en 1819 por oficiar, de manera clandestina, un matrimonio. A partir de entonces su ficha suma doctrinas erróneas, conducta inmoral, fuga e incluso contrabando. En 1825 entraría por primera vez en la cárcel.



«Vi en Mallorca a un sacerdote, todavía hoy cura de una parroquia de Palma, que me dijo que había pasado siete años de su vida, la flor de su juventud, en las prisiones de la Inquisición», relataba George Sand en Un invierno en Mallorca.

Los archivos recogen en 1827 la primera petición de Antoni Cabrer de ser trasladado, por motivos de salud, a la Cartuja de Valldemossa. Es difícil saber cuándo se produjo el traslado, pero en 1838 era él quien alquilaba su celda a la escritora francesa y el compositor Frederic Chopin.



Dos años después, Cabrer consiguió un lugar en la Historia de la ciencia balear. La imprenta de Pedro José Gelabert publicaba Viaje a la famosa gruta llamada Cueva de la Ermita en el distrito de la villa de Artà. Un volumen de más de 80 páginas resumía las incursiones nocturnas –a fin de evitar el calor diurno y los embates del mar– realizadas entre 1807 y 1840 con las que construyó una descripción minuciosa.



Acompañado por guías y con la única luz de las antorchas, Cabrer recorrió una a una las diferentes salas de la cueva. «Esta primera pieza se dice haber sido en otro tiempo asilo de solitarios ermitaños», señalaba como posible causa del nombre de Gruta de la Ermita. En la época del religioso, la cueva se utilizaba ya como refugio para el ganado en días de tormenta.

«En aquel tiempo el conocimiento en ciencias naturales era muy bajo. Lo que realiza Cabrer es una descripción exhaustiva pero muy literaria», asegura el Doctor en Geografía e investigador de la UIB, Joaquín Ginés. En su introducción, el párroco se pone como objetivo concienciar a mallorquines y foráneos de esa «nona maravilla del mundo» sumida en el olvido.

Su relato fascinado repasa las esculturas naturales que se abrían a su paso –«un mal carado león, un señudo perdiguero», relata– así como las oquedades y fuentes de agua que encontraba en el camino, y cuyo tamaño apuntaba en «palmos» y «pies». «Los recursos e instrumentos con los que contaba eran muy pobres, por eso sus medidas están bastante equivocadas», señala el estudioso Climent Garau

Errores por los que, pese a la exhaustividad, resulta muy difícil reconocer hoy las salas que reseña. Pese a que reconoce que su intención es sólo «la descripción de lo que vimos en estos vastos subterráneos al tiempo de recorrerlos», Antoni Cabrer muestra su inquietud por conocer la datación y la causa de formación de la gruta. «¿Qué antigüedad le podremos conceder a esta obra?», se pregunta. Su reflexión iba más lejos para estalagmitas y estalactitas que atribuía a «la mayor o menor gravedad que reside en los pensiles que van fluyendo de las primeras capas de aquellos peñascos que las cubren».



Sin señalar la fecha, el religioso relata el que sería el primer revés a aquella faceta espeleóloga suya: el grupo encontró dos grafitos con la firma de expedicionarios anteriores. «La señora doña Josefa Clar entró aquí en 1517», rezaba uno. «Mateo Crespí Roman entró aquí el año 1614», añade el otro. «Tan impensado hallazgo abatió aquel espíritu nuestro jactancioso que nos provocaba tenernos por los primeros conquistadores de esos lugares».



Tanto Ginés como Garau dan validez a los autógrafos. El geógrafo señala que ya en las cuevas del Pirata de Manacor o las de Cala Blanca en Menorca, se han encontrado grafitos del siglo XVII. «En 1862, con ocasión de la visita de la Reina Isabel II, se construyó una escalera de acceso a la gruta, pero los turistas entraban desde hacía más tiempo», añade Garau. Hasta la llegada de Martel a final de siglo a las Cuevas del Drach, las de Artà eran las más populares de Mallorca.



Lo que Cabrer no sabía es que su estudio tampoco sería pionero. «Por sólo un año de diferencia no fue autor de la primera monografía sobre una cueva balear. Joaquín Maria Bover se le adelantó en 1839 con un pequeño opúsculo sobre la gruta de Sant Lluís», explica Ginés. Su minuciosidad y el número de páginas serían, pues, su único baluarte como el Clarín de la espeleología.

Baleópolis nº116   28-06-2011

Fuentes

Viaje a a la famosa gruta llamada Cueva de la Ermita en el distrito de la villa de Artá de la isla de Mallorca


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