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sábado, 4 de junio de 2011

Llorenç Villalonga: el doctor de la sala de muñecas

Llorenç Villalonga
1897-1980

De día era médico; de noche, literato. Dicen que su pasión por la mente y el trabajo intelectual le decantaron por la psiquiatría. Incluso que la Sala de las muñecas de Bearn era el reflejo del pabellón de mujeres que dirigía. Sin embargo, sus palabras negaban a aquel alter ego de bata blanca: «Continuaba sin tener –ni he tenido nunca– verdadera vocación por la Medicina», escribió. Lo cierto es, que además del gran escritor, existió el Doctor Llorenç Villalonga.

Nació en Palma en 1897, el tercero de cuatro hermanos. Tardó diez años en acabar sus estudios de Segunda Enseñanza, además de por problemas de salud por el empeño de su padre en que, como él, fuera militar. Llegó a preparar el ingreso en la academia de Toledo pero con quince años tomó una determinación: no entraría en el ejército ni sería capellán. Estudiaría Medicina.

Realizó el primer curso de Medicina en la Facultad de Barcelona, pero no acabaría allí la carrera. En 1923 recibió la orden paterna de continuar sus estudios en Madrid, entre otras causas por su poco rendimiento. Sin embargo llevaba sólo dos meses en la Universidad Central de la capital cuando murió su padre.

En su regreso a Palma Llorenç Villalonga comprobó que la situación económica de la familia era grave. Y lo sería aún más al fallecer su tía Rosa Ribera –a quien convertiría en la Obdulia de Mort de dama–: «Contrariamente a nuestras esperanzas no nos hizo herederos». Propuso irse a América para hacer fortuna pero su madre aseguró que se conformaba con que terminara Medicina.


«Decidí buscar una facultad fácil donde acabar mis estudios», confesaba en los textos recuperados por Damià Ferrà-Ponç en Escrits sobre Llorenç Villalonga. «En Zaragoza aprobaban todos. Hacia allí me fui», añadía. Tres años después, en 1927, volvía a Mallorca con el título de licenciado. Ya entonces dedicaba algunas horas a la medicina y muchas a leer y escribir, pero decidió dar salida a su formación como anestesista en la clínica de los hermanos García Peñaranda.

Su madre seguía empeñada en que continuara formándose para convertirse en un médico de prestigio. Lo hizo en Barcelona para especializarse en diabetes y después en París con cursos de Terapéutica Física en los que tendría profesores de la talla de Marie Curie o Dausset.

Pero nada. El ánimo de Llorenç Villalonga era el mismo. Su musa médica seguía sin llegar. «Ejercí la profesión sin entusiasmo [...] Conseguí algo de dinero pero hacer dinero como médico no me interesó nunca», insistía. Según él «para disimular» su poco interés por la profesión, publicó artículos sobre medicina en El Día y la Revista Balear de Medicina. Pero tal vez ahí fue donde su perspectiva sufrió un ligero cambio.

Aplicación del electroshock | ARCHIVO ESCALAS REAL
En febrero de 1933 Villalonga entró como médico auxiliar del Hospital Provincial; sólo en un par de meses, consiguió la permuta de su plaza por la de otra en el Hospital Psiquiátrico de Palma. De nuevo ampliaría su formación. En 1935 en el manicomio madrileño de Ciempozuelos con su director, Vallejo Nájera. Un año después, repitió en Barcelona con los doctores Mira Sarró y Rodríguez Arias.

«Más que un verdadero arte de curar a los enfermos, los métodos psiquiátricos eran como una filosofía, poética incluso», escribiría. Hacía sólo cuatro años que había publicado Mort de dama –bajo el pseudónimo de Dhey– y había revolucionado el mundo regional mallorquín.

Expuso parte de sus ideas teóricas y prácticas en Establecimientos completos para psicóticos. Llorenç Villalonga proclamaba la necesidad de la terapia ocupacional para evitar el deterioro de los pacientes. Un planteamiento que –como el de los pabellones de pago– coincidía con el de la laborterapia del director del centro, Jaume Escalas Real, que hizo famoso al hospital palmesano. Cuando comenzó su trabajo en la clínica empezó a aplicarse el electroshock, un invento «extraordinario» para calmar el «estado de gran tensión» que vivían algunos enfermos.

Pese a no ser su vocación, Villalonga llegó alto en el campo de la psiquiatría hospitalaria. En 1950 consiguió la plaza de jefe clínico supuso la culminación de su carrera. Un año después publicaría Bearn o la sala de las muñecas, una habitación en la que algunos autores han querido ver el reflejo del pabellón de mujeres que dirigía en el psiquiátrico. Aquella conexión que él mismo había indicado entre lo poético y la psiquiatría aún se amplió. 

En su obra literaria se colaban diagnósticos y explicaciones a la alienación humana. Como jefe clínico presentó el primer Salón de Arte Psiquiátrico en el que se expusieron pinturas y esculturas de enfermos mentales. Villalonga comparaba la revolución de las vanguardias históricas con la investigación del subconsciente que aquellos pacientes hacían a través de sus obras.

Mientras su literatura crecía, siguió trabajando en el psiquiátrico hasta su jubilación. Años después una arteriosclerosis le deterioró progresivamente. Cuando murió, él mismo había caído en una inconsciencia continuada que terminó en un ausencia total.


Baleópolis nº72  20-07-2010



Fuentes

POMAR, Jaume. Llorenç Villalonga i el seu món

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