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domingo, 17 de abril de 2011

Emilio Pou: ...y el ingeniero dijo 'hágase la luz'

Emilio Pou
1830-1888

Alcanzar puertos baleares antes del siglo XIX era casi cuestión de puntería. Sin faros ni balizas, las casas eran la única guía hasta tierra. Se decía, incluso, que existían unos naufragadores que movían luces para confundir a los barcos, hacerlos zozobrar y robar su botín. En Europa hacía tiempo que se había implantado la iluminación en las costas, pero España estaba, nunca mejor dicho, a años luz.

El paso de las atalayas y las hogueras en las costas a los faros fue largo y tedioso en nuestro país. Hasta el siglo XIX, 23 de ellos vigilaban el mar y sólo un puñado –como el de Porto Pi– lo hacía en las Islas. El auge del comercio marítimo y las continuas presiones de Francia e Inglaterra –que bordeaban España en el camino a sus colonias– movieron a la aprobación del Plan General de Alumbrado Marítimo de 1847. «Fue algo revolucionario. Planteaba la construcción de 120 nuevos faros pero, pese a que el plazo inicial era de cuatro años, las obras se alargaron hasta 1870», explica el ex director de la Autoridad Portuaria de Baleares, Rafael Soler Gayà.

El Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, Emilio Pou, fue el responsable de desarrollar el plan en Baleares. De sus planos salieron una veintena de faros como los de Cap Blanc y Cala Figuera en Mallorca, los de Punta Grossa y Botafoc en Ibiza o el de La Mola en Formentera. «Sus proyectos se conservan en el archivo de la Autoridad Portuaria y en ellos se observa que había algunos modelos fijos, por ejemplo el faro de La Mola es prácticamente igual que el de Formentor», detalla Soler Gayà.

Esta primera generación de faros se levantó en pasos estratégicos. Generalmente lugares alejados y de difícil acceso como el caso de Formentor que requirió la creación de un sendero en los acantilados para desembarcar los materiales. Una situación que hizo que esos primeros faros se dotaran también de viviendas para sus fareros. «En la Edad Media se encendían sólo en invierno, de San Miguel a Pascua, pero en el siglo XIX ya se iluminaban todo el año», añade el ex director.

La apertura del comercio con América –antes restringido a la Corona de Castilla– supuso también una renovación en los puertos baleares. En 1868 Emilio Pou era nombrado Ingeniero Jefe de Obras Públicas de las Islas y se encargaba de la ampliación del puerto de Palma –«que tenía el mismo muelle prácticamente desde 1370»– y de la reforma del de Ibiza.

En 1902 un segundo plan nacional de alumbrado marítimo reformaba algunos faros de las Islas y corregía sus errores: «Se cambió, por ejemplo, el sistema de luces fijas porque se confundían con casas e incluso con estrellas. También otros sistemas como el de largos destellos que duraban casi veinte minutos pero a los que seguía una oscuridad de varios minutos. En la actualidad, los destellos se producen cada quince segundos», explica. En su evolución variaba también la fuente para producir la luz: desde el aceite de oliva hasta las bombillas eléctricas ya en el siglo XX pasando por el acetileno, la parafina y el petróleo a presión.

Emilio Pou obtuvo sucesivos ascensos y reconocimientos por su labor. El Gobierno le concedió los honores de Jefe Superior de Administración, la encomienda de Carlos III y la Gran Cruz de Isabel La Católica y su nombre designa, incluso, uno de los islotes de Es Freus entre Ibiza y Formentera. La muerte le sorprendió en 1888 después de una larga enfermedad y a punto de convertirse en inspector.

Casi un siglo después llegaba la tercera generación de faros entre cuyos responsables estaba el propio Rafael Soler Gayà. Torres sin vivienda anexa ni arquitectura ornamental. Surge entonces el mágico faro de Barbaria de Formentera. Trescientos puntos de luz indican hoy las costas baleares entre faros y balizas. «Los sistemas de navegación por satélite han planteado su posible desaparición pero su mantenimiento es poco costoso y son una redundancia que da más seguridad. Además las embarcaciones de ocio y la pesca de bajura los siguen utilizando». Su figura se ha convertido en un símbolo del paisaje balear.

Emilio Pou obtuvo sucesivos ascensos y reconocimientos por su labor. El Gobierno le concedió los honores de Jefe Superior de Administración, la encomienda de Carlos III y la Gran Cruz de Isabel La Católica y su nombre designa, incluso, uno de los islotes de Es Freus entre Ibiza y Formentera. La muerte le sorprendió en 1888 después de una larga enfermedad y a punto de convertirse en inspector. La Revista de Obras Públicas le homenajeaba con su obituario: «En el porvenir, cuando el navegante se acerque en noche tormentosa a las costas del archipiélago balear [...] no podrá dejar de invocar y recordar con agradecimiento el nombre del que ha contribuido más que otro alguno, el nombre del Ingeniero Pou».

Baleópolis nº23 13-07-2009

Fuentes
Biografía de Emilio Pou

GARRIDO, Carlos. Los faros de Baleares, arquitectura y paisaje
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Fernando Rubió i Tudurí: la primera multinacional farmacéutica


Fernando Rubió Tudurí
1900-1994

Como si de una chica Avon se tratase, Fernando Rubió Tudurí recorrió España con un maletín. En su interior, y en lugar de maquillaje, llevaba un nuevo producto farmacológico, la Glefina: un jarabe distribuido entre los niños para prevenir la malnutrición en una posguerra de hambrunas y que dio origen a la primera multinacional farmacéutica española.

Fernando Rubió fue barcelonés de nacimiento pero menorquín de adopción. Después de muchos años viviendo en la Isla –donde nacieron sus cuatro hermanos–, su familia se trasladó a la capital catalana a donde su padre, militar, había sido trasladado. Allí estudió Farmacia y Química antes de trasladarse al Instituto Pasteur de París para completar su formación. «Se relacionó con investigadores de vanguardia, pero decidió orientar su actividad no a la investigación sino a la producción famacológica», afirma el vicepresidente del Ateneo de Mahón, Miguel Ángel Limón.

Con apenas 24 años los experimentos primarios en su casa de Barcelona se transformaron en los pequeños laboratorios Andrómaco, que fundó junto al catalán Raúl Roviralta. Sus primeros trabajos se orientaron a la elaboración de una fórmula más científica de aquel aceite de hígado de bacalao que se administraba a los niños.


Henri Lacaze-Duthiers: el tótem del Mediterráneo

Felix Joseph Henri Lacaze-Duthiers
1821-1901

"Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, en que sólo estuvo el hombre", escribió Margarite Yourcenar. Primero, llegó el imperio de la razón; después, la Ciencia. Los confines del mundo se expandieron y se redujeron los finis terrae. En el mar, los fondos abisales cambiaron monstruos por criaturas marinas y Poseidón dejó su legado a científicos como Lacaze-Duthiers: iniciador de la investigación marina en Baleares y de la oceanografía en España.

Antes de embarcarse en la Oceanografía, Felix Joseph Henri de Lacaze-Duthiers estudió Medicina y trabajó en el Hospital Necker de París. Había nacido en la capital francesa en 1821 y pasó algunos años dedicado a la Anatomía humana antes de dar el salto al mundo marino.

Como una musa repentina –tal vez un deseo dormido–, hubo un momento en que su trayectoria dio un giro de 180 grados. A sus conocimientos en anatomía se unió su formación en zoología y se convirtió en uno de los pioneros en el estudio de la fauna marina: moluscos, caracoles e incluso corales. Poseidón necesitaba un científico que desmitificara sus criaturas. Entre ellas, el descubrimiento del Murex trunculus en 1958, que producía la púrpura utilizada por los fenicios y considerada fuente de la tinta azul de la Biblia.


Francesc Cardona i Orfila: la ruta menorquina de la seda

Francesc Cardona i Orfila
1833-1892

El acercamiento de Francesc Cardona i Orfila a la ciencia es tan misterioso como el secreto mismo de la Creación. Comenzó por compatibilizar su actividad sacerdotal con sus inquietudes científicas y acabó por hacer de éstas últimas una industria pionera con seda made in Alaior.

Su formación en Teología en Valencia y Barcelona puso a Cardona i Orfila en el camino del ministerio sacerdotal y la pedagogía. El origen de su interés por la ciencia es algo desconocido, pero pronto lo aplicó a sus obligaciones eclesiásticas y colaboró con el Obispado en la creación de los gabinetes de física y química y de historia natural del Seminario Conciliar de Ciutadella. 

Pronto comenzaron sus investigaciones en dos áreas diferentes: la entomología –que estudia los insectos– y la malacología –interesada en los moluscos–. Dos facetas en las que se convirtió en un verdadero coleccionista. Sus conocimientos crecían al mismo tiempo que el número de ejemplares de su propiedad.

Sus tres volúmenes sobre entomología –entre ellos el Catálogo de los coleópteros de Menorca (1872)– recogían los nombres en latín de las especies, el que recibían en catalán y su hábitat. Por otro lado, su colección de moluscos fue durante mucho tiempo la segunda más importante de España en número de ejemplares sólo superada por la del Museo de Ciencias Naturales de Madrid.


sábado, 16 de abril de 2011

François Étienne De La Roche: la fauna del meridiano


François Étienne De La Roche
1743-1812


La expedición para la medición del meridiano de París incluyó a Baleares en una de las empresas más importantes del siglo XVIII que acabaría con la implantación del sistema métrico decimal. Pero no sólo eso. Supuso el desembarco de científicos de primera línea que conectaron las Islas con los conocimientos más avanzados de Europa. Entre ellos, el ictiólogo François-Étienne De La Roche.

De todos los científicos que llegaron con el meridiano de París entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, Delaroche es quizá uno de los más desconocidos. Nació en Ginebra en 1781, aunque otros autores afirman que su nacimiento fue en el convulso año de 1789. Sus primeros años pasaron a caballo entre Londres y su ciudad natal, después de que su familia tuviera que abandonar París con el estallido de la Revolución Francesa.

Fue en Ginebra donde inició sus estudios de Medicina. Pronto adquirió también un gran interés por la botánica, herencia de su padre Daniel Delaroche. Ambos colaboraron con Cardolle en estudios físicos y botánicos.


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